Claudia Julieta Duque [Foto: Henrik Halvardsson, LWF/DWS Colombia]

Articulo publicado en el Boletín especial 15 años, octubre 2009

Claudia Julieta Duque O., periodista y corresponsal en Colombia de Radio Nizkor

Durante sus investigaciones sobre el homicidio del humorista Jaime Garzón, la periodista Claudia Julieta Duque recibe amenazas y son interceptados sus teléfonos.

PBI llegó a mi vida por primera vez en febrero de 2004, cuando la Policía realizó una inspección «técnica» para verificar si mis teléfonos se encontraban interceptados ilegalmente. Se trataba de una acción solicitada al Programa de Protección a Periodistas del Ministerio del Interior, del que formo parte desde diciembre de 2003, tras denunciar ante el entonces director del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), Jorge Noguera1, amenazas y hostigamientos. El marco de fondo de estas acciones era la investigación que yo adelantaba sobre el homicidio del periodista y humorista Jaime Garzón, ocurrido en agosto de 1999.

Ese trabajo, iniciado en el año 2001 tras convencer a Alfredo Garzón, hermano de Jaime, de que otorgase un poder a Alirio Uribe, de la Corporación Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo (CCAJAR), para que lo representara como parte civil en el proceso penal que tenía a dos personas en prisión acusadas de ser los autores materiales del asesinato, me había ocasionado hasta ese momento un secuestro, varios hostigamientos, amenazas y seguimientos constantes, así como un exilio. Durante los años anteriores, Alirio y yo habíamos revelado la existencia de un detallado montaje que desvió la investigación del caso Garzón, cuyos principales arquitectos eran funcionarios del DAS de Antioquia y Bogotá.

PBI estuvo en mi casa esa tarde, junto a Soraya Gutiérrez, también de CCAJAR, la ONG a la que  estuve vinculada desde agosto de 2003. Presenciamos una  burla más a mi situación de riesgo: tras examinar mis conexiones telefónicas con un voltímetro, un capitán de la Policía concluyó que mi línea estaba «limpia». Dos minutos más tarde, cuando la Policía apenas había salido del edificio, recibí una llamada en la que un hombre de voz chillona me gritaba «me la robé, me la robé», en alusión a mi hija, quien durante todo este tiempo ha sido el denominador común de los actos de amedrentamiento en mi contra. No en vano, los archivos del Grupo de Inteligencia Estratégica 3 (G-3)2 la señalan como mi «mayor debilidad»,  mi «punto débil».

Ni era cierto que mi teléfono estuviera «limpio», ni el voltímetro era el instrumento adecuado para realizar esta comprobación. Entre el material del G-3 que la Fiscalía halló figuran, además de innumerables correos electrónicos, varias conversaciones telefónicas mías previas a febrero de 2004. Una de ellas se refiere a la visita de la Premio Nobel de la Paz 2003, Shirin Ebadi. Es una conversación con un colega y amigo de la Revista Semana, cuya privacidad, a raíz de este caso, terminó también violentada. Hoy día, él se ríe del tema diciendo: «tú no me convienes». Para mí es difícil reír. 

El año 2004 fue quizás el peor de mi vida: hubo días en los que llegué a recibir hasta setenta llamadas de hostigamiento: en algunas me dejaban escuchar música de funeral, gritos angustiantes que hablaban de torturas y sufrimientos, insultos en los que me calificaban de «gonorrea», «maldita», «estúpida», «sapa hijueputa», entre otros. Al mismo tiempo, a mi casa llegaron un arreglo floral con las flores enterradas y los tallos por fuera y un gigantesco queso putrefacto lleno de gusanos. Esto sin contar los taxis y vehículos que aparcaban alrededor de mi casa constantemente, y los seguimientos a pie, en moto o en taxi que también se sucedían. Todos estos hechos provocaron que muchos de mis amigos y colegas me tildaran de paranoica, y que algunos de ellos se alejaran de mí.

Pero PBI estuvo siempre ahí para salvarnos la vida a mi hija y a mí. Sus miembros se convirtieron en mis ángeles de la guarda, en mis amigos, en una compañía más que necesaria. Si en aquella época pude sonreír fue gracias a ellos y ellas, a esos ciudadanos extranjeros tan preocupados por nuestra situación, que trabajaban con dedicación y profundo respeto, con total conciencia de que sin su presencia las amenazas podrían pasar de las palabras a los hechos.

PBI estuvo conmigo el día en que fui a declarar al DAS en una «investigación» que adelantaba Carlos Alberto Arzayúz, hoy preso por la persecución sistemática que esa entidad llevó a cabo contra, entre otros, el colectivo CCAJAR, periodistas, políticos de la oposición y magistrados de la Corte Suprema.

PBI llegó a casa en las madrugadas de insomnio y llamadas amenazantes, y se quedó cuando tuvimos que trasladarnos de urgencia porque una noche de noviembre un hombre llamó por teléfono para notificarme que mi hija «sería violada, mutilada y torturada mediante métodos inimaginables porque yo me había metido con quien no era». PBI estuvo allí para quedarse 24 horas cada día hasta que fuimos forzadas a un segundo exilio. PBI nos acompañó en el triste camino hacia Migración y llegó con nosotras hasta la puerta del avión. 

Una de sus miembros tuvo que empujarme, literalmente, para que entrara en el avión, en medio de un llanto incontenible.

Hoy, PBI – y el riesgo - continúan a mi lado. Los y las brigadistas son mis amigos. No obstante, tanto ellos como yo desearíamos que su presencia fuera innecesaria. Pero no lo es, y mi agradecimiento es infinito.

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1 Jorge Noguera esta siendo investigado por parapolítica. «Acusación de la Fiscalía contra Jorge Noguera por tres homicidios mantuvo la Corte Suprema», El Tiempo, 8 de septiembre de 2009

2 «CIDH expresa preocupación ante operaciones de inteligencia sobre actividades de la Comisión Interamericana en Colombia», CIDH, Comunicado de prensa No. 59/09, 13 de agosto de 2