Evaristo Mena de la ACVC (derecha), reclamando la libertad de sus compañeros en 2008

 

 

Articulo publicado en el Boletín especial 15 años, octubre 2009

Rob Hawke, voluntario de Gran Bretaña (2009)

Acusado de rebelión, el miembro de la Asociación Campesina del Valle del Río Cimitarra, Miguel Huepa, estuvo 16 meses en la cárcel. Además, durante su reclusión, su hijo fue víctima de una ejecución extrajudicial.

Estoy al lado de Miguel en la chalupa.  Me está contando los caprichos del río,  los hondos, los bajíos, los rápidos, los remolinos.  Su alegría es evidente; interrumpe su narración para saludar con efusividad a un paisano que baja en otra lancha o para identificar una tortuga escondida en la orilla.  Contempla con satisfacción los pastos verdes y las barrancas rojas del valle del río Cimitarra.  Hace 16 meses fue privado de su libertad, y poco después de su liberación vuelve por primera vez a su tierra.  

Vamos rumbo a Puerto Nuevo Ité, donde vive su familia y donde Miguel fue detenido el 20 de enero de 2008, acusado de rebelión.  El 20 de mayo de este año las autoridades judiciales lo absolvieron. Es el cierre de un círculo grande y doloroso en la historia de Miguel Ángel González Huepa, y de la Asociación Campesina del Valle del Río Cimitarra (ACVC), de la que es miembro y fundador.  Presente en la chalupa también está Evaristo Mena, otro defensor de la ACVC quien compartió con Miguel varios meses de cautividad en el patio cuatro de la cárcel Modelo de Bucaramanga.  Ahora, reunidos, están resumiendo los talleres de capacitación para el pueblo, interrumpidos por su encarcelación.    

 

La primera vez que vi a Miguel fue en una de las audiencias de su caso en la fiscalía de Barrancabermeja.  Se sentaba con las manos esposadas, rodeado por policías, mientras el testigo relataba su historia.  Me impresionó el temperamento de Miguel.  Manejó todos los inconvenientes con buen humor, a pesar de las caras nerviosas y preocupadas de su familia y compañeros. Ya en Puerto Nuevo Ité, Miguel explica a la comunidad aquella época con más detalles.   

«La UT (centro de reclusión de Barrancabermeja) es peor que una cárcel; se meten personas que no pueden convivir en el mismo patio.  Nosotros nos quedamos sin agua, sin ventilador, sin baño, como cerdos escocherados.  Muchos vienen allí empepados, enbasucados, enmarijuados; andan con cuchillos».

Para Miguel, la vida dentro de las cárceles de máxima seguridad significaba miedo e inseguridad.  Allí, «uno vivía a la espera de cualquier cosa, sea una puñalada, un garrotazo, un maltrato u otro.»  Circulaban historias escalofriantes: que se introducía cianuro en el tinto,  que le echaron gasolina a un preso y lo quemaron.    

En octubre del 2008, Miguel fue trasladado de la cárcel Modelo a la cárcel Palo Gordo de Girón, después de disturbios entre la guardia y algunos presos.  «Cayó el gas, barato y de sobra pa’ todo el mundo, nadie estaba preparado para eso.  Fue muy difícil, muy dura la situación, destruyeron las celdas, prácticamente todo, hasta tener las celdas cubiertas con papeles».

Sin embargo, la situación no mejoró en Palo Gordo, donde convivían «un revuelto de paramilitares, ladrones, viciosos de todas índoles, guerrilleros y también los de organizaciones que no tienen nada que ver con tantos problemas».  Cuando había disturbios le obligaban a desvestirse completamente para realizar requisas íntimas.  Compartiendo con su comunidad, Miguel describió la situación como «una indignidad para personas como nosotros». 

No sólo tuvo que afrontar el miedo, sino también la soledad.  «Sufriendo el encierro uno vive muchas consecuencias, acordarse de la comunidad, de la familia; y piensa muchas cosas, y esto  hace que uno no esté bien».

Lo más duro fue la noticia que recibió después de haber cumplido apenas una semana en reclusión.  Su hijo, Miguel Ángel González Gutiérrez, también defensor de derechos humanos, fue asesinado por el Batallón Calibío de la Brigada XIV y luego presentado como guerrillero muerto en combate.  El incidente se presentó en el contexto de 16 ejecuciones extrajudiciales de campesinos en el Valle del Río Cimitarra documentadas por la ACVC entre 2002-2008, y presentadas ante del Relator Especial de las Naciones Unidas en Julio 2009.  Hasta la fecha, no se ha visto ninguna condena. Según la ACVC, tanto las ejecuciones extrajudiciales como los montajes judiciales contra sus líderes son una estrategia para debilitar y desacreditar su trabajo1. Miguel Junior también era de Puerto Nuevo Ité.  

Durante el acompañamiento se realiza un evento en su memoria.  Miguel, el padre, confiesa a la comunidad: «El solo hecho de estar detenido sin hacer nada ya es una tortura para uno.  Eso fue una tortura sobre torturas».

«Toca mirar cómo uno va a acomodarse mentalmente para afrontar estas situaciones.  Afortunadamente,  lo que hice fue pensar que aunque me encerraron la parte física, no me quitaron las ideas, los pensamientos, los sueños, las canciones».  Y cabe destacar la importancia de las canciones para Miguel.  Los que le conocen están siempre pendientes de que salga algún verso de su boca.  Canciones poéticas, de esperanza y solidaridad.  Concluyó el memorial liderando una versión emotiva de Un Millón de Amigos de Roberto Carlos.  

Yo quiero creer la paz del futuro

quiero tener un hogar seguro.
Quiero a mi hijo pisando firme,
cantando alto, sonriendo libre.
Yo quiero tener un millón de amigos
y así más fuerte poder cantar.

La solidaridad, tanto dentro como afuera de la cárcel, fue una gran inspiración para los presos de la ACVC. «Hay que tener en cuenta todo el trabajo a nivel nacional e internacional.  Tenemos que sentirnos bien porque no estamos solos, tenemos mucho apoyo».

La profunda convicción en su trabajo fue lo que le ayudó a seguir adelante.  «Pueden investigar a lo largo y ancho del Magdalena Medio quién he sido – un luchador de acción comunal en búsqueda del desarrollo de las comunidades.  Si con la cárcel pensaron hacerme mal, pues yo creo que no, porque salí con más ganas de trabajar. Yo veía que era justo lo que hacíamos, entonces no tenemos que temerle a nadie».

Con la solidaridad de otros presos políticos las cosas venían mejorando.  «Yo estaba allí estudiando quietico. Empezamos a cuadrar talleres entre los compañeros, a enseñar a la gente de la vida en el campo, y de lo que hacíamos como organización y mirar cuando saliéramos qué vamos a hacer por aportar a comunidades».  

En reflexión para Miguel, la cárcel le sirvió como escuela.  «Allá uno aprende a valorar a las comunidades, a valorarse a uno, y valorar la necesidad de trabajar cada día más por el progreso de la región».   

Y ahora se encuentra otra vez en la labor que le da inspiración, libre para impulsar los proyectos de la ACVC y así tratar de garantizar una vida digna para el campesinado y para las futuras generaciones.  Pero de momento está gozando de su libertad y del retorno a su querido campo.  

«Salir de la cárcel, brincar hacia acá – muy bueno – ¡lógico! Es todo lo bueno del mundo». 

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